Tenía un blog con una puerta
entreabierta por la que se colaba la luz. La puerta entreabierta
sugería una promesa incumplida; la luz, la certeza de que se podía
cumplir. En el título se podía leer “deseo”, junto con “anatomía
del”. También “tortuoso camino” y “plenitud”. Y después
aquella cita de La Divina Comedia:
En la mitad del camino de la vida, en una selva oscura
me encontraba, porque mi ruta se había extraviado...
En el lateral una cita de Whitman.
Hojas de Hierba, otra vez. Un aviso a un navegante no conocido
proclamando que tenía secretos, y que “a ti te los contaré...” Una perfecta radiografía interior de
un momento de vida, a modo de desnudo en la portada.
Momentos...
Tengo una relación extraña con el
tiempo. No lo entiendo. Hace más de veinte años escribía una
especie de diario. En él intentaba fijar el tiempo y la esencia de
las cosas. Recuerdo todas las letras teñidas por una especie de
bruma triste. El paso de todo me resultaba horrible, insoportable. Me
quedaba mirando los árboles, las personas, intentando encontrar su
esencia, atraparla. Aquel intento siempre me dejaba exhausto, con un
regusto amargo en el paladar...
...Y entonces se me cayeron las manos. No
había nada que atrapar. Los árboles, las personas, tan etéreas
como los dibujos de Seurat.
Todo está bien tal y como es. Pero sigo
sin entender el tiempo, lo más precioso que tenemos. Ese presente
que no se puede ni nombrar, porque ya ha pasado. Tan intenso y a la
vez tan nada... Y tú, y yo, y todos nosotros, que somos tan nada
también, y tan todo. Nada originales -por idénticos- y, al mismo
tiempo, distintos, caducos e indestructibles, como esta nada infinita
que se transforma en cosas concretas que aparecen y desaparecen sin
cesar, en el río de la existencia.
Y sí, tengo un secreto; pero mentí,
no lo puedo contar...
A veces la vida adquiere tal intensidad
en este instante que me evapora y no queda ningún yo que observe, ni
ninguna realidad que se pueda observar. Sólo una nube atravesando el
cielo en este momento, o una hormiga sobre el pavimento siguiendo su
propio plan. A veces una mirada devuelta. A veces un rayo de luz que
atraviesa las cortinas y realiza dibujos en el sofá... Y siempre ese
“no sé qué” que nunca falta, que no soy yo, pero que me
conforma, como nos conforma a todos. Evanescentes, efervescentes,
mutantes, amplios, pequeños. Todo ocurre siempre en el mismo momento, en el mismo
no-lugar.
“Tu ir y venir, no tienen lugar más
que Aquí”. Y aquí, hoy, ahora, soy simple anhelo de esa luz que
atraviesa la puerta entreabierta de nuevo, otra vez... El deseo y la luz. La puerta entreabierta y el tortuoso camino hacia la plenitud.
Existe un elemento común en la
capacidad de percibir belleza [...] un fondo invisible sin el cual esta
experiencia no sería posible.
Allí donde haya belleza y apreciación
de las cosas simples de la vida, busca dentro de ti el fondo de esa
experiencia. Pero no busques como si estuvieras
buscando una cosa. No puedes localizarlo y decir “Ya lo tengo”,
ni agarrarlo mentalmente y definirlo de algún modo. Es como el cielo
sin nubes: no tiene forma. Es espacio, es quietud, es dulzura... e
infinitamente más que esas palabras. Cuando eres capaz de sentirlo
directamente dentro de ti, se acentúa. Así que cuando aprecies algo simple
-un sonido, una imagen, un tacto-, cuando veas belleza, cuando
sientas amor hacia otra persona, siente la espaciosidad interior que
es la fuente y el fondo de esa experiencia. Es del espacio interior de donde emana
la conciencia no condicionada, la verdadera felicidad, la alegría...
Quédate inmóvil. Mira. Escucha. Hazte
presente.
El ser no está afectado por la
juventud o la vejez, la riqueza o la pobreza, lo bueno, lo malo ni
ningún otro atributo. Es la espaciosa matriz de toda forma...
Eckhart Tolle dixit...
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“¡Qué poco hace falta para la
felicidad! […] precisamente las cosas más mínimas, las cosas más
suaves, las cosas más ligeras, el ruido de una lagartija, un
aliento, un guiño, una mirada; con muy poco se consigue la mejor
felicidad. Quédate quieto”
Era como si estuviera esperando a que
lloviera felicidad y regara todos los campos; como si, cada mañana,
al levantar la persiana, algo en su interior necesitara bailar un
tango con el universo...
Las compañías del verano pasaron y
ahora únicamente quedaba su reflejo en el espejo. A solas consigo
mismo. Ese reflejo curioso, que no lo reflejaba todo. Siempre había
sentido que faltaba algo ahí, escondido a los ojos, oculto al
entorno, pero importante de verdad...
“Nos volvemos a Barcelona” -dice
ella sonriente. “Ya no hacemos falta como antes, pero tenemos cosas
pendientes”.
Cada persona es un mundo; cada persona
y su entorno familiar. ¿Y la soledad? ¿Qué me decís de ella? Hay
quien la aprecia. Hay quien huye de su presencia como si de la peste
se tratara.
Llevo dos meses y medio sin conectar el
televisor, rodeado de gente, pero solo, en mi casa. No me apetece
hablar mucho con mi entorno. No me apetece dar explicaciones sobre mi
vida. A nadie más que a mí me compete; a mí y a quien vaya a
compartirla conmigo. Es todo un poco extraño, como cambiar una
planta de maceta. Primero hay que preparar la tierra. Después sacar
la planta con cuidado de no dañar las raíces (la raíz de la vida
es lo que más importa). Después toca abrir un hueco suficiente e
introducir la planta en la nueva maceta, a poder ser más grande que
el anterior. Ponerla en un lugar apropiado y regarla bien. Que le dé
el sol para que pueda echar nuevos brotes. Que su medio sea adecuado,
rico en nutrientes (todos los que necesita). A veces se trata de dos
plantas a la vez. Otras veces incluso más: dos plantas que han
convivido en el mismo tiesto las tenemos que separar y, tal vez,
juntar alguna de ellas con otra planta nueva -o con un conjunto de
plantas- para convivir en el mismo lugar. Se multiplican entonces los
cuidados y las necesidades. Un buen jardinero tiene esos detalles en
cuenta y siempre tiene mucha paciencia. No es él quien marca los
tiempos, sino las estaciones. La tierra girando alrededor del sol,
creando el discurrir de los días. Un buen jardinero siempre tiene
confianza en la vida que anima sus plantas y recorre sus propias
manos, y las pone a trabajar conforme a lo que requiere el momento,
insertando su acción en la corriente que mueve todo. Y,
aparentemente, las plantas crecen solas, se elevan silenciosas hacia
la luz. Entonces, cuando llega la primareva, las flores florecen por sí
mismas, y él las contempla feliz y disfruta sus aromas...
La vida no es tan complicada, tal vez,
si no empujamos en contra de la corriente que nos lleva. La
desesperación parte de no entender nada del mundo de las flores.
Ellas nos lo enseñan todo. Lo que hay que hacer y lo que no.
“La rosa florece sin ningún porqué”
Sólo florece, y no hay nada en el
universo que lo pueda impedir.
¿Bailas conmigo?
Te lo he dicho muchas veces, soy material altamente inflamable.
Cuando me enciendo, nunca sé parar. Todo me es insuficiente. Soy adicto a la intensidad.
Si he bajado las barreras -y contigo hace mucho que cayeron- no hay nada que se me dé mejor que arder...
(Gracias por compartir tus sueños)
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“Hace poco escuché una frase de un
atleta profesional: “El amor no es placer compartido, sino dolor
compartido”. Una buena observación. Desde luego que podemos
disfrutar de una cena con nuestra pareja, por ejemplo. No estoy
cuestionando el valor del gozo compartido. Pero si deseamos que una
relación resulte más íntima y genuina, es necesario que
compartamos con nuestra pareja aquello que tanto miedo nos provoca
expresar delante de nadie. Al hacerlo, la otra persona es libre de
imitarnos. Pero, en realidad, lo que más nos preocupa es mantener
nuestra imagen, sobre todo frente a alguien a quien intentamos
impresionar.
Compartir nuestro dolor no significa
contar a nuestra pareja lo mucho que él o ella nos irrita; eso es
otra forma de decirle: “Estoy enfadada/o contigo”... Lo que nos
abre es el hecho de compartir nuestras vulnerabilidades. En ocasiones
encontramos alguna pareja que ha llevado a cabo este difícil trabajo
durante toda su vida, un proceso que les ha hecho envejecer juntos.
Entre ellos se percibe el enorme bienestar, la serenidad que los une.
Y aunque se trata de una sensación hermosa, resulta muy poco
habitual. Sin esta cualidad de apertura y vulnerabilidad, los
miembros de la pareja en realidad no llegan a conocerse, sino que se
limitan a ser una imagen que vive con otra imagen.”
Y ahora no podía escribir. Se había quedado mirando al cielo, intentando no atrapar las nubes... en el espacio dentro del espacio, entre sus brazos, fuera del tiempo...
Amplitud. Libertad. Todas las ganas del mundo para ti, como sea...
Nunca hay prisa para lo bueno.
"El amor es el único "juego" donde siempre hay que empatar"
La seguridad es en gran medida una superstición. No existe
en la naturaleza, ni los hijos de los hombres la experimentan. A largo plazo,
evitar el peligro no resulta más seguro que exponernos a él directamente. La
vida es una osada aventura o no es nada.
Hellen Keller
Nadie puede saber lo que es la vida, pero tenemos la
oportunidad de experimentarla directamente. Los seres humanos recibimos ese
don, pero no lo aceptamos; no experimentamos nuestra vida de forma directa sino
que nos pasamos todos los años de nuestra existencia protegiéndonos. Cuando
nuestros sistemas de protección fallan, entonces nos culpamos a nosotros
mismos, o a otras personas. Contamos con sistemas para encubrir nuestros
problemas; no deseamos afrontar el dolor de la vida de forma directa. Pero, de
hecho, cuando lo hacemos descubrimos que vivir es un magnífico viaje.
Por supuesto que está muy bien contratar seguros de vida y
verificar que los frenos de nuestro coche se encuentren en buenas condiciones.
Pero, al final, ni siquiera esas preocupaciones nos salvan; tarde o temprano,
todos nuestros sistemas de protección fallan. Nadie puede resolver el koan de la vida por completo, aunque
siempre imaginamos que tal o cual persona seguramente lo ha conseguido.
Culpamos a los demás porque creemos que deberían comprender la vida. Y a pesar
de que ni nosotros mismos la entendemos, aun así creemos que nadie jamás debería
descuidar su forma de vivir. Todos somos descuidados porque estamos inmersos en
este juego de autoprotección en lugar de jugar al verdadero juego de la vida.
La vida no es un espacio seguro. Nunca lo ha sido y jamás lo será. Si hemos
permanecido en el ojo del huracán durante un año o dos, el hecho tampoco tiene
demasiada trascendencia. No existe ningún espacio seguro, ni para nuestro
dinero, ni para nosotros mismos, ni para las personas que amamos. Y no nos
corresponde preocuparnos por ello.
Mientras nos neguemos a comprender que este juego no
funciona, no jugaremos al verdadero juego. Algunas personas no lo consiguen jamás
y mueren sin tan siquiera haber vivido. Y eso es malísimo. Podemos pasarnos la
vida culpando a los demás, o a las circunstancias, de nuestra mala suerte, y
pensando de qué manera debería haber transcurrido nuestra vida. Y podemos morir
de esa manera, si eso es lo que queremos. Es nuestro privilegio, pero no
resulta divertido. Tenemos que abrirnos al enorme juego del que formamos parte.
Nuestra práctica deber ser cuidadosa, meticulosa, paciente. Debemos afrontarlo
todo.
Eva es el arquetipo vivo de mujer que siempre deseó. Eva y
su incitante manzana, adornada por un millar de serpientes. Pero era él el que
estaba en una clínica mental por haberse pasado con el litio. Su bipolaridad
había alcanzado cotas insospechadas de exceso. Había pasado de follarla durante
horas contra la pared, a despertarse solo, con la cabeza entre las manos, en
una esquina de su sucia habitación, aislado del mundo. Porque Eva era la
incitación que reclamaba puentes contra la reclusión y la mentira en que había
convertido su vida, con esa falsa seguridad fingida.
Eva y su cuerpo, Eva y su calor. Eva y sus labios. Están tan
vivos y él tan muerto. Y le da tanto miedo el milagro de su resurrección que no
sabe si podrá soportar tanta vida habitando sus sombras. Eva es una puta repleta
de amor divino, que le hace vivir. Y al notar cómo se desperezan sus manos al
recorrer su cuerpo, todo él tiembla sin poderlo evitar...
La última vez que la folló terminó llorando. Pensó que todo
aquello era demasiado terrible y, al día siguiente, aislado en su casa, ni
siquiera fue capaz de levantar las persianas para que entrara la luz. Temía
mirarse al espejo y sentir que ya no era un muerto en vida. Porque era la vida
que no podía controlar lo que tanto lo asustaba... Y fue entonces cuando sonó
el móvil otra vez. Era Eva a la espera de una contestación para un largo paseo
por el parque, en el que le quería hablar del último libro que había caído en sus
manos, mientras él, seguramente, no podría reparar en nada más allá de sus
labios tan vivos, de sus caderas ondulantes, del brutal deseo que anidaba en su
interior...
Cada día se encamina a su destino con mayor necesidad, por un
estrecho sendero. Es Agosto y su calor un compañero especialmente pesado que no
consigue hacerle desfallecer. En sus ojos el deseo de una piel. En sus dedos un
surco acariciado, por el que recorre su espalda cuando dormida yace todavía en
la cama, antes de amanecer. En su corazón un latido, que resuena como el eco
en otro pecho. En su mente un pensamiento, también compartido, y una voz, y un
nombre, que lo llenan todo...
Al ir y regresar, en su día a día, el susurro de la llamada se cuela entre los pliegues de su conciencia. La busca, la piensa, la
siente. La gravitación general tiene una nueva ley de atracción, cuyo nombre es
maravilla y belleza; y todo gira en torno a él...
Muere por ella, y las ganas
le estallan de tal forma en el alma que la convierten en cuerpo, y con él atraviesa
la distancia que los separa para aniquilar la agonía, abrazando su entrega de forma continua...
Amaneció con una inevitable sonrisa en los labios, como si hubieran florecido. Sus labios rojos. A ella le encantan sus labios. Tienen tanta vida y son tan perfectos como el alma que los habita. Y está muy orgullosa de ellos, lo sé. Y yo lo
estoy de ella, no sólo de sus labios, aunque los quiero besar una y otra vez, como a sus párpados, como a su cuello, como a sus brazos, uno en especial... Ella es belleza robada de un paraíso que alguna vez conocí, y me la
otorga sin pedir nada a cambio. Cuanto más preocupada por ella está, más se
preocupa por mí y por todo su entorno: inusual comportamiento que nunca había encontrado antes en nadie, que me deja
sin aliento. No digo nada, pero la observo mientras contengo la respiración. No
quiero que sepa que la miro y alterar para nada su forma de proceder... Verla evolucionar en su mundo es como contemplar el baile de una libélula
majestuosa; como una coreografía perfecta interpretada por una bailarina que
nunca da un traspié, mientras esparce el aroma de su cariño sin ni siquiera
darse cuenta... Me maravilla su baile, su danza divina; saber que ella no se percata de lo que hace, porque le nace de dentro sin más. Y es que es así, tan natural
como una puesta de sol. Tan natural como el agua empapando el suelo seco en
una tormenta. Y a mí me empapa por completo. Me llena con su luz. Me hace
sentir tan vivo que casi diría que no recuerdo lo que era estar dormido en
medio de la rutina. Más luminosa que el sol, que ilumina las tinieblas...
"Casi muero por todas las lágrimas que no derramé", pensó. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas, por su barba y por su peto. Como provenían de su corazón, estaban extraordinariamente calientes, de manera que no tardaron en derretir lo que quedaba de su armadura.
El caballero lloraba de alegría. No volvería a ponerse la armadura y cabalgar en todas direcciones nunca más. Nunca más vería la gente el brillante reflejo del acero, pensando que el sol estaba saliendo por el norte o poniéndose por el este.
Sonrió a través de sus lágrimas, ajeno a que una nueva y radiante luz irradiaba de él; una luz mucho más brillante y hermosa que la de su pulida armadura, una luz destellante como un arroyo, resplandeciente como la Luna, deslumbrante como el Sol.
Porque ahora el caballero era el arroyo. Era la Luna. Era el Sol. Podía ser todas estas cosas a la vez, y más, porque era uno con el universo.
Era amor.
"El caballero de la armadura oxidada", Robert Fisher
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"Respira y recuerda que se te ha concedido un nuevo día y que para vivirlo debes estar aquí [...] Confía en que puedes continuar [...] Puedes convertirte en una antorcha que no sólo llene de luz a quienes están cerca de ti..."
Thich Nhat Hanh
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Siéntate y escucha, como si fuera tu abuela la que te hablara...
"Y ahora, ovejita, ¿dónde estás? Estás allá lejos mientras escribo, entre los coyotes y los cactus; cuando estés leyendo esto, probablemente estarás aquí y mis cosas ya estarán en el desván. Mis palabras, ¿te habrán puesto a salvo? No tengo esta presunción, acaso tan sólo te hayan irritado, habrán confirmado la idea ya pésima que de mí tenías antes de marcharte. Tal vez sólo puedas comprenderme cuando seas mayor, podrás comprenderme solamente si has llevado a cabo ese misterioso recorrido que conduce desde la intransigencia a la piedad.
Piedad, fíjate bien, no pena. Si sientes pena, yo bajaré como esos duendecillos malignos y te haré un montón de desaires. Lo mismo haré si en vez de ser humilde eres modesta, si te emborrachas de chácharas en vez de quedarte callada. Estallarán las bombillas, los platos se caerán de los estantes, las bragas irán a parar a la araña central, no te dejaré tranquila desde el amanecer hasta bien entrada la noche, ni un solo instante.
No es cierto: no haré nada. Si estás en alguna parte, si tengo la posibilidad de verte, sólo me sentiré triste tal como me siento cada vez que veo una vida desperdiciada, una vida en la que no ha logrado realizarse el camino del amor. Cuídate. Cada vez que, al crecer, tengas ganas de convertir las cosas equivocadas en cosas justas, recuerda que la primera revolución que hay que realizar es dentro de uno mismo, la primera y la más importante. Luchar por una idea sin tener una idea de uno mismo es una de las cosas más peligrosas que se pueden hacer.
Cada vez que te sientas extraviada, confusa, piensa en los árboles, recuerda su manera de crecer. Recuerda que un árbol de gran copa y pocas raíces es derribado por la primera ráfaga de viento, en tanto que un árbol con muchas raíces y poca copa a duras penas deja circular su savia. Raíces y copa han de tener la misma medida, has de estar en las cosas y sobre ellas: sólo así podrás ofrecer sombra y reparo, sólo así al llegar la estación apropiada podrás cubrirte de flores y frutos.
Y luego, cuando ante ti se abran muchos caminos y no sepas cuál recorrer, no te metas en uno cualquiera al azar: siéntate y aguarda. Respira con la confiada profundidad con que respiraste el día en que viniste al mundo, sin permitir que nada te distraiga: aguarda y aguarda aún más. Quédate quieta, en silencio, y escucha a tu corazón. Y cuando te hable, levántate y ve donde él te lleve."
"Si en un sistema se produce una pequeña perturbación inicial, mediante un proceso de amplificación, podrá generar un efecto considerablemente grande a corto o medio plazo."
Cosas que decir. A veces es lo más importante lo que se
escapa. Lo no dicho. Lo que casi no se puede pensar.
Te veo a lo lejos. Siento tu presencia. La deseo. Quisiera
que algo fuera distinto, pero jamás te cambiaría a ti. Los días se suceden como
si un dedo los dibujara con un círculo en la arena. Siempre el mismo círculo,
con el mismo centro, pero nunca igual. Si se tratara de la arena de la playa
la marea lo borraría, pero yo lo volvería a dibujar. Aunque este círculo perfecto no lo dibujamos
nosotros. Hay algo que dibuja más allá de ti y de mí. Es el caos ordenado de dos revoloteos de alas, cambiando el mundo al otro lado del planeta, sin capacidad de hacer nada por poderlo evitar.
Te imagino en la tienda acercándote a ese hombre, midiendo
su altura. "¿Será la misma que la de...?" "Oh, me ha guiñado un
ojo". Al mismo tiempo, en otro lugar, contemplo el techo desde la cama. La
luz que penetra por la persiana dibuja objetos en mi imaginación. Se mueven y
vuelo. Para la mente no hay límites que cumplir. La mía es tan libre e
irreverente que no se podría encapsular. Soy una cosa extraña; un ser extraño,
como de otro tiempo. A veces no me reconozco en los demás. Otras veces sí, y
pienso que todos somos extraños. Seres procedentes de otra dimensión, que
aterrizan en ésta. Extranjeros, al fin y al cabo, pero sin procedencia conocida
(¿se puede ser extranjero así, si no sabes dónde naciste, ni si has nacido
alguna vez?).
Añoro algo que sé que no he perdido. ¿Lo compartirás conmigo
cuando lo encontremos los dos? Palabras todas ellas extrañas, también. ¿Y si me
buscas en cada cosa que ves? ¿En cada persona que te cruzas en la calle, detrás
de cada rostro? A veces te siento en mis manos, te pienso
tomando el café de la mañana, con aroma a jengibre y canela. La distancia es relativa donde no existe distancia. Aun así,
quiero ocupar el mismo espacio que tú. Sólo existe una forma, una manera para poder conseguirlo.
Comprimamos el espacio con desesperación. Más cerca. Un poco más. No apartes
tus ojos de los míos. Quiero más. Mucho más. No pararé hasta penetrar en
tu espacio. Hasta derramarme del todo en él, mientras te rodean mis brazos.
Tómame de la mano esta noche. Caminemos juntos los dos. Cuéntame
cuáles son tus miedos, tus pesares; también tus deseos más fervientes, o aquello
que hace que entres en ebullición. Contemplemos las estrellas. Su luz
palpitante que llega hasta nosotros esta noche tranquila. Caería contigo hacia
el cielo en busca del origen de todo. Del misterio que somos, eso que
compartimos.
¿Escuchas mi respiración? Pon tu mano en mi pecho. Dime si eres
capaz de sentir que el ritmo de mi latido no te es extraño, que te es sencillo
de descifrar. Mis ojos se posan en tu mirada y acampan en ella. Hoy dormiremos
en el exterior, con el firmamento como manta. Te cantaré una canción antigua
que no sé de dónde proviene. Estoy seguro que la vas a reconocer. Nada tiene
que ver con palabras. Cuando me tocas, la canta tu cuerpo. Es como una llamada
lejana que exige la satisfacción de un anhelo. La llamada de lo salvaje,
atravesando la noche y nuestros cuerpos.
Desnudo mi alma en susurros mientras
te desnudo a ti. Te contemplo y contengo la respiración un instante. "No
hay nada que atrapar" -recuerdo; "báñate en la corriente viva de este
momento y piérdete en su calor". Tu calor, y el frescor de la noche. Las
estrellas son testigo. Unos grillos cantan a lo lejos y el rumor del viento
entre las hojas de los chopos se convierte en marco de algo que no se puede asir.
Me atraviesa ahora. Me atraviesas tú. Tu alma tendida junto a la mía se
rinde sin condiciones. Existe algo que no ha sido nombrado jamás, en este momento. No recuerdo su nombre, ni el tuyo, ni el mío. Somos simplemente este ahora. Tu calor en mi piel, abarcándolo todo. No hables. No mancilles lo perfecto con el lenguaje humano,
tan limitado frente a esto que no acepta añadidos... Cuando los interrogantes se desvanecen, dan paso a una exclamación callada. Soy asombro que se asoma a otro asombro y se encuentra con él. Piel que delira sobre otra piel. Sólo eso somos tú y yo. Estrellas fugaces que danzan sin necesidad de porqués entre el "cri-cri" de los grillos, bajo este cielo nocturno.
Sin límites definidos siento tus latidos muy dentro de mí. Dos cuerpos jadeantes. Un concierto de grillos. El rumor del viento entre las copas de los chopos. Las estrellas de verano... Los unos a los otros se pasan el mensaje. Es esa extraña canción sin letra que nos habita a todos. La llamada de la sangre y la savia entrelazadas. Escucha su silencio. Sin abrir los labios, no paran de hablar...
Esa "luz que nunca falta en el alma". Cuántas
veces recuerdo esta frase en los malos momentos. ¿Yo vi esa luz? Tal vez me rozó,
la sentí en algún momento, sí. Pero "el que habla no sabe, el que sabe no
habla", y yo no paro de hablar; y mis palabras no son convincentes precisamente
por eso. "De todo lo que quieras contar, cuenta sólo una quinta parte."
"Sólo el ladrón conoce al ladrón." Frases que me recuerdan
constantemente, que están inscritas a fuego en los templos donde me pierdo a
buscar. Pero soy torpe, lo reconozco. Cuando la gente que quiero tiene
problemas intento ayudar, y lo hago como un elefante en una cacharrería, como
lo que soy.
"Soy un desastre en el amor", me dice. Y no puedo
evitar pensar que lo ha cuadrado, que como epitafio no está nada mal. Pero
claro, podríamos compartir la frase; con mi "ella de antes" podría
hacerlo... Y mi otra ella, la de ahora, tan luminosa, tan dulce, me habla de lo
que puede compartir con dudas. Y puedo percibir las nubes negras aparecer en el
cielo de su mente. ¿Pero es que no te ves? Eres tan especial que casi duele contemplarte, de lo bonito que es el aroma que desprendes sin querer. Qué
complicada hacemos la vida cuando la vida se complica, queriendo o sin querer.
Pero lo único importante es que estamos aquí. Que yo estoy aquí y que tú también
lo estás; y que no va a haber ningún reproche. No llegué hasta ti para eso...
Aquí, cada día, vuelve a salir el sol. El aire vuelve a envolvernos de nuevo y
los que nos quieren de verdad se quedarán, y se entrelazarán en nuestro
interior de tal forma que ya no sabremos distinguir dónde acaba el uno y
comienza el otro, o viceversa.
Día a día, momento a momento. Cada instante importa. Seamos
valientes y abiertos. Dejémonos ser, como esos barcos de papel que, de niños,
lanzábamos a la corriente y veíamos flotar, mientras el agua discurría sin
preocupaciones de camino a su destino...
Y de fondo sigue sonando la misma canción, con el mismo estribillo: "Te lo diré una vez más: te quiero. Lo demás, no importa..."
El cuerpo
no es una propiedad del yo, ni un objeto, ni un instrumento de nada. El
cuerpo es lo que eres, tanto como tu mente; y tal como seas, te reflejará con
absoluta fidelidad. Si eres miedoso tu centro de gravedad se elevará hacia
arriba y, cuanto más lo seas, más arriba estará y más obvio resultará el
desequilibrio. Tu ego te tendrá atenazado de tal forma que contraerá todos tus músculos
creando una coraza, y desde tu abdomen -que es donde debiera estar-, tu centro
de gravedad ascenderá hacia tu pecho, desequilibrándolo todo.
Cuerpo,
mente y emociones forman un todo indivisible. Cuando la mente está tensa, el
cuerpo lo está. Cuando no aceptas algo, tu cuerpo responde. Cada emoción
bloqueada termina formando parte de tu coraza muscular, produciendo
insensibilidad. En el hombre/mujer medio, esta coraza lleva tantas batallas a
cuestas que, con el paso de los años, termina provocando una rigidez apreciable
desde el exterior. Se trata de la lucha del ego por sobrevivir. Somos como el Gollum,
y nuestro ego es nuestro falso tesoro; suplantación de identidad de la que
nuestros cuerpos son pura queja. Para ir más allá -de regreso al hogar-, la
inmovilidad física es necesaria. En el paso desde la superficie de la
conciencia hasta el fondo, siempre hay turbulencias. Zonas agitadas donde la
coraza se comienza a resquebrajar. Entonces surgen emociones olvidadas,
acompañadas de lágrimas muchas veces. Otras es la furia la que emerge, de la
que nunca -tal vez- fuiste consciente y que empleabas para no sentir y bloquear
lo que te había hecho tanto daño... Sin embargo, si el guijarro que es tu mente
abandonada al silencio, alguna vez logra tocar el fondo del lago, desvanecerá todas las tensiones de repente. Tu cuerpo se modificará momentáneamente sin que hayas hecho
absolutamente nada por conseguirlo; todos los músculos serán distendidos de golpe, como en un
derrumbe, y tu centro de gravedad se colocará en el bajo vientre de nuevo,
mientras todo esto será "saboreado" en un trasfondo de paz...
Hace muchos
años, en Japón, una persona que no estuviera bien colocada en su centro se
consideraba que no era de fiar. Me pregunto qué habrían pensado aquellos
japoneses si se dieran una vuelta y miraran hoy nuestros cuerpos, producto de
una sociedad tan enferma como la actual...
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"El hombre
de nuestra época es un extraño en su propio cuerpo. Toda nuestra educación está
concebida para que el individuo se integre en el mundo civilizado, para que no
sea un extraño en ese mundo. Y ese mundo es un mundo artificial, totalmente
fabricado por el hombre. Hacen falta decenas de años de preparación para poder
vivir en él. En la actualidad, la mayoría de los hombres sólo ven, utilizan y
conocen cosas fabricadas o modificadas por el hombre. Se necesita un manual de
instrucciones para el más mínimo gesto de la vida civilizada, esa vida que
transcurre fuera, en el mundo de los objetos donde el propio cuerpo del
individuo no es sino un objeto...
El hombre
civilizado, el hombre social, ajusta su comportamiento en función de los
imperativos propios de su estado civilizado. Pero el cuerpo no está civilizado.
Para él, la civilización no es más que una gran broma. Él sólo conoce la huida
o el combate, y reacciona como aprendió a hacerlo en la jungla prehistórica:
vertiendo adrenalina en el circuito, a fin de provocar una vasoconstricción de
la arterias del sistema vascular periférico. Una sabia precaución: en caso de
herida, sangrará menos. Elevación de la presión arterial, aceleración del ritmo
cardíaco y respiratorio, aceleración de la circulación en los músculos y
aportación acelerada de materias nutritivas, liberación de la energía..., todo
está previsto para favorecer la eficacia en el combate o en la huida.
Son
reacciones naturales y espontáneas del cuerpo. Son incontrolables, y sus
efectos desaparecen con la misma espontaneidad cuando el peligro ha pasado,
cuando el hombre ha encontrado refugio seguro donde ya no se encuentra
amenazado por ningún peligro. Entonces se abandona al disfrute de la seguridad.
Saborea la paz, confiado y tranquilo. Mira jugar a sus hijos o acaricia a su
mujer, o se entrega a una ocupación particularmente relajante: rascarse y
quitarse pulgas y piojos.
En la
actualidad nadie hace eso. No me refiero a las pulgas, sino al disfrute
sencillo y feliz de la paz en un hogar a resguardo de todo peligro, tranquilo,
rodeado de afecto, con confianza en la vida y el futuro. Hemos introducido el
peligro en el refugio más íntimo, en el más seguro. Se trata de una amenaza
permanente, ya que la llevamos en el fondo de nuestra conciencia: el miedo al
paro, al plazo a fin de mes, a ser superado, a no estar a la altura, etc. De
todo eso, el cuerpo sólo comprende una cosa: la inseguridad. Y traduce:
peligro. Y reacciona: huir o combatir, luego adrenalina-lina-lina...
El cuerpo no entiende ni las bromas, ni la alegoría, ni la
metáfora, ni la ironía, ni el sobreentendido. Para él no existe sino la verdad,
y reacciona como aprendió a hacerlo en la jungla prehistórica... Desde hace dos
millones de años, frente a la agresión, el hombre levanta los brazos doblados
por el codo para protegerse la cabeza, hundiendo ésta en los hombros. Frente al
peligro permanente, el hombre civilizado de nuestra época tiene la misma
actitud. Permanentemente. El hombre social controla su apariencia. No levanta
los brazos cuando está mirando la televisión o haciendo un examen, pero sus músculos
se contraen del mismo modo y permanecen contraídos día y noche. Toda la vida.
Hace apenas
treinta años, la enfermedad de los responsables era el precio que pagaban, por
sus excesos, los grandes jefes, los grandes dirigentes, aquellos que, bajo el
peso de sus responsabilidades, no encontraban descanso y tranquilidad. Los síntomas
eran el cansancio permanente y excesivo, la irritabilidad, la hipertensión, la
depresión nerviosa, la diabetes y, por último, el infarto de miocardio o la
hemorragia cerebral.
En la
actualidad eso se ha convertido en una epidemia mundial. Afecta a todas las
capas sociales, a los jóvenes y los ancianos, a los hombres y las mujeres. ¿Quién
no tiene hoy la impresión de estar desbordado por las tareas y obligaciones más
diversas? ¿Quién no se siente acosado, abrumado por responsabilidades,
estresado? Con gran frecuencia, el hombre y la mujer actuales se sienten
arrastrados por un engranaje y no saben cómo salir de él, cómo escapar. Se
sienten atrapados en una red y son incapaces de hacer ni siquiera un primer
esfuerzo para librarse de ella. Y no crea que oscurezco el cuadro. ¡Todavía es
mucho más negro de lo que yo lo pinto!...
Con
frecuencia se puede adivinar el carácter de las personas por su rostro: el
jovial, el colérico y el melancólico tienen rasgos fácilmente reconocibles. ¿A
qué se debe eso? A la expresión de su rostro, que está constituida por
contracciones musculares específicas. Hay contracciones permanentes que se
instalan en el rostro, lo surcan de arrugas y dan una forma al semblante. Y no
sólo al semblante; la expresión del rostro se prolonga por todo el cuerpo. El
cuerpo expresa el carácter de la misma forma que el rostro, mediante
contracciones musculares específicas y contracciones permanentes que tan sólo
la relajación profunda llega en ocasiones a eliminar.
Muy a menudo,
las tensiones de expresión del cuerpo resisten a la relajación porque las
tensiones de expresión del rostro no han sido borradas. Y en ocasiones, cuando
se consigue realmente por primera vez, el rostro resulta irreconocible. Bajo la
máscara, bajo ese rostro que se forma por reacción a los acontecimientos de la
vida cotidiana y que se ofrece al entorno, aparece el verdadero. El rostro que
no está formado por el exterior, sino que es la expresión de lo que somos en el
fondo, en lo más profundo. Y es muy raro que ese rostro no sea
extraordinariamente hermoso."