Te lo he dicho muchas veces, soy material altamente inflamable.
Cuando me enciendo, nunca sé parar. Todo me es insuficiente. Soy adicto a la intensidad.
Si he bajado las barreras -y contigo hace mucho que cayeron- no hay nada que se me dé mejor que arder...
(Gracias por compartir tus sueños)
----------------
“Hace poco escuché una frase de un
atleta profesional: “El amor no es placer compartido, sino dolor
compartido”. Una buena observación. Desde luego que podemos
disfrutar de una cena con nuestra pareja, por ejemplo. No estoy
cuestionando el valor del gozo compartido. Pero si deseamos que una
relación resulte más íntima y genuina, es necesario que
compartamos con nuestra pareja aquello que tanto miedo nos provoca
expresar delante de nadie. Al hacerlo, la otra persona es libre de
imitarnos. Pero, en realidad, lo que más nos preocupa es mantener
nuestra imagen, sobre todo frente a alguien a quien intentamos
impresionar.
Compartir nuestro dolor no significa
contar a nuestra pareja lo mucho que él o ella nos irrita; eso es
otra forma de decirle: “Estoy enfadada/o contigo”... Lo que nos
abre es el hecho de compartir nuestras vulnerabilidades. En ocasiones
encontramos alguna pareja que ha llevado a cabo este difícil trabajo
durante toda su vida, un proceso que les ha hecho envejecer juntos.
Entre ellos se percibe el enorme bienestar, la serenidad que los une.
Y aunque se trata de una sensación hermosa, resulta muy poco
habitual. Sin esta cualidad de apertura y vulnerabilidad, los
miembros de la pareja en realidad no llegan a conocerse, sino que se
limitan a ser una imagen que vive con otra imagen.”
Y ahora no podía escribir. Se había quedado mirando al cielo, intentando no atrapar las nubes... en el espacio dentro del espacio, entre sus brazos, fuera del tiempo...
Amplitud. Libertad. Todas las ganas del mundo para ti, como sea...
Nunca hay prisa para lo bueno.
"El amor es el único "juego" donde siempre hay que empatar"
La seguridad es en gran medida una superstición. No existe
en la naturaleza, ni los hijos de los hombres la experimentan. A largo plazo,
evitar el peligro no resulta más seguro que exponernos a él directamente. La
vida es una osada aventura o no es nada.
Hellen Keller
Nadie puede saber lo que es la vida, pero tenemos la
oportunidad de experimentarla directamente. Los seres humanos recibimos ese
don, pero no lo aceptamos; no experimentamos nuestra vida de forma directa sino
que nos pasamos todos los años de nuestra existencia protegiéndonos. Cuando
nuestros sistemas de protección fallan, entonces nos culpamos a nosotros
mismos, o a otras personas. Contamos con sistemas para encubrir nuestros
problemas; no deseamos afrontar el dolor de la vida de forma directa. Pero, de
hecho, cuando lo hacemos descubrimos que vivir es un magnífico viaje.
Por supuesto que está muy bien contratar seguros de vida y
verificar que los frenos de nuestro coche se encuentren en buenas condiciones.
Pero, al final, ni siquiera esas preocupaciones nos salvan; tarde o temprano,
todos nuestros sistemas de protección fallan. Nadie puede resolver el koan de la vida por completo, aunque
siempre imaginamos que tal o cual persona seguramente lo ha conseguido.
Culpamos a los demás porque creemos que deberían comprender la vida. Y a pesar
de que ni nosotros mismos la entendemos, aun así creemos que nadie jamás debería
descuidar su forma de vivir. Todos somos descuidados porque estamos inmersos en
este juego de autoprotección en lugar de jugar al verdadero juego de la vida.
La vida no es un espacio seguro. Nunca lo ha sido y jamás lo será. Si hemos
permanecido en el ojo del huracán durante un año o dos, el hecho tampoco tiene
demasiada trascendencia. No existe ningún espacio seguro, ni para nuestro
dinero, ni para nosotros mismos, ni para las personas que amamos. Y no nos
corresponde preocuparnos por ello.
Mientras nos neguemos a comprender que este juego no
funciona, no jugaremos al verdadero juego. Algunas personas no lo consiguen jamás
y mueren sin tan siquiera haber vivido. Y eso es malísimo. Podemos pasarnos la
vida culpando a los demás, o a las circunstancias, de nuestra mala suerte, y
pensando de qué manera debería haber transcurrido nuestra vida. Y podemos morir
de esa manera, si eso es lo que queremos. Es nuestro privilegio, pero no
resulta divertido. Tenemos que abrirnos al enorme juego del que formamos parte.
Nuestra práctica deber ser cuidadosa, meticulosa, paciente. Debemos afrontarlo
todo.
Eva es el arquetipo vivo de mujer que siempre deseó. Eva y
su incitante manzana, adornada por un millar de serpientes. Pero era él el que
estaba en una clínica mental por haberse pasado con el litio. Su bipolaridad
había alcanzado cotas insospechadas de exceso. Había pasado de follarla durante
horas contra la pared, a despertarse solo, con la cabeza entre las manos, en
una esquina de su sucia habitación, aislado del mundo. Porque Eva era la
incitación que reclamaba puentes contra la reclusión y la mentira en que había
convertido su vida, con esa falsa seguridad fingida.
Eva y su cuerpo, Eva y su calor. Eva y sus labios. Están tan
vivos y él tan muerto. Y le da tanto miedo el milagro de su resurrección que no
sabe si podrá soportar tanta vida habitando sus sombras. Eva es una puta repleta
de amor divino, que le hace vivir. Y al notar cómo se desperezan sus manos al
recorrer su cuerpo, todo él tiembla sin poderlo evitar...
La última vez que la folló terminó llorando. Pensó que todo
aquello era demasiado terrible y, al día siguiente, aislado en su casa, ni
siquiera fue capaz de levantar las persianas para que entrara la luz. Temía
mirarse al espejo y sentir que ya no era un muerto en vida. Porque era la vida
que no podía controlar lo que tanto lo asustaba... Y fue entonces cuando sonó
el móvil otra vez. Era Eva a la espera de una contestación para un largo paseo
por el parque, en el que le quería hablar del último libro que había caído en sus
manos, mientras él, seguramente, no podría reparar en nada más allá de sus
labios tan vivos, de sus caderas ondulantes, del brutal deseo que anidaba en su
interior...
Cada día se encamina a su destino con mayor necesidad, por un
estrecho sendero. Es Agosto y su calor un compañero especialmente pesado que no
consigue hacerle desfallecer. En sus ojos el deseo de una piel. En sus dedos un
surco acariciado, por el que recorre su espalda cuando dormida yace todavía en
la cama, antes de amanecer. En su corazón un latido, que resuena como el eco
en otro pecho. En su mente un pensamiento, también compartido, y una voz, y un
nombre, que lo llenan todo...
Al ir y regresar, en su día a día, el susurro de la llamada se cuela entre los pliegues de su conciencia. La busca, la piensa, la
siente. La gravitación general tiene una nueva ley de atracción, cuyo nombre es
maravilla y belleza; y todo gira en torno a él...
Muere por ella, y las ganas
le estallan de tal forma en el alma que la convierten en cuerpo, y con él atraviesa
la distancia que los separa para aniquilar la agonía, abrazando su entrega de forma continua...
Amaneció con una inevitable sonrisa en los labios, como si hubieran florecido. Sus labios rojos. A ella le encantan sus labios. Tienen tanta vida y son tan perfectos como el alma que los habita. Y está muy orgullosa de ellos, lo sé. Y yo lo
estoy de ella, no sólo de sus labios, aunque los quiero besar una y otra vez, como a sus párpados, como a su cuello, como a sus brazos, uno en especial... Ella es belleza robada de un paraíso que alguna vez conocí, y me la
otorga sin pedir nada a cambio. Cuanto más preocupada por ella está, más se
preocupa por mí y por todo su entorno: inusual comportamiento que nunca había encontrado antes en nadie, que me deja
sin aliento. No digo nada, pero la observo mientras contengo la respiración. No
quiero que sepa que la miro y alterar para nada su forma de proceder... Verla evolucionar en su mundo es como contemplar el baile de una libélula
majestuosa; como una coreografía perfecta interpretada por una bailarina que
nunca da un traspié, mientras esparce el aroma de su cariño sin ni siquiera
darse cuenta... Me maravilla su baile, su danza divina; saber que ella no se percata de lo que hace, porque le nace de dentro sin más. Y es que es así, tan natural
como una puesta de sol. Tan natural como el agua empapando el suelo seco en
una tormenta. Y a mí me empapa por completo. Me llena con su luz. Me hace
sentir tan vivo que casi diría que no recuerdo lo que era estar dormido en
medio de la rutina. Más luminosa que el sol, que ilumina las tinieblas...