"El principio de la vida", Kupka
1. Buscar la seguridad o la perfección, regocijarnos por sentirnos seguros y completos, autocontenidos y cómodos, es una especie de muerte. No cabe ni una ráfaga de aire fresco, no hay lugar para que entre algo nuevo que interrumpa todo lo anterior. Al controlar la experiencia estamos matando el momento, y así preparamos nuestro propio fracaso porque, antes o después, vamos a tener una experiencia que no podremos controlar: se nos va a quemar la casa, va a morir algún ser querido, vamos a enterarnos de que tenemos cáncer, va a caer un ladrillo del cielo y nos va a dar en la cabeza, alguien va a derramar zumo de tomate sobre nuestro traje blanco, o vamos a ir a nuestro restaurante favorito para descubrir que ese día han ido a comer allí otras setecientas personas.
La esencia de la vida es que es desafiante. Unas veces es dulce y otras amarga. A veces nuestro cuerpo se tensa y otras se relaja y se abre (...). Tratar de atar todos los cabos y tenerlo todo controlado es la muerte porque implica rechazar gran parte de nuestra experiencia básica. En dicho planteamiento de vida hay algo agresivo: tratamos de aplanar todos los relieves e imperfecciones para suavizarnos el paseo.
Estar plenamente vivo, ser plenamente humano (...) es ser expulsado del nido constantemente. Vivir plenamente es estar siempre en tierra de nadie, es experimentar cada momento como algo plenamente nuevo y fresco. Vivir es estar dispuesto a morir una y otra vez (...) y la muerte es querer aferrarse a lo que se tiene, y que todas las experiencias nos confirmen, nos satisfagan y nos hagan sentirnos completamente en orden.
Queremos ser perfectos pero vemos constantemente nuestras imperfecciones y no hay manera de huir de ellas, no hay salida, no hay escape posible. Entonces es cuando la espada se convierte en flor. Nos quedamos con lo que vemos, sentimos lo que sentimos y desde ese punto empezamos a conectar...
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"A l'Eau", Sorolla
2. Imposible describir la frescura y pureza del aire. Ninguna otra cosa se movía, ningún otro ser a la vista, solo yo. Mis pisadas eran las primeras que hollaban aquella arena virgen; ninguna señal sobre ellas desde que la última marea borrara las marcas más profundas del día anterior, y la dejara lisa y uniforme, salvo en las partes en que el agua había dejado algunos charcos y pequeños arroyos. Refrescada y vigorizada por la brisa, feliz, caminaba por la playa, olvidando todas mis preocupaciones, como si mis pies tuvieran alas y pudiese caminar cuarenta millas sin fatiga, y experimentando una sensación de entusiasmo que no recordaba desde los días de mi juventud.