"Casi muero por todas las lágrimas que no derramé", pensó. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas, por su barba y por su peto. Como provenían de su corazón, estaban extraordinariamente calientes, de manera que no tardaron en derretir lo que quedaba de su armadura.
El caballero lloraba de alegría. No volvería a ponerse la armadura y cabalgar en todas direcciones nunca más. Nunca más vería la gente el brillante reflejo del acero, pensando que el sol estaba saliendo por el norte o poniéndose por el este.
Sonrió a través de sus lágrimas, ajeno a que una nueva y radiante luz irradiaba de él; una luz mucho más brillante y hermosa que la de su pulida armadura, una luz destellante como un arroyo, resplandeciente como la Luna, deslumbrante como el Sol.
Porque ahora el caballero era el arroyo. Era la Luna. Era el Sol. Podía ser todas estas cosas a la vez, y más, porque era uno con el universo.
Era amor.
"El caballero de la armadura oxidada", Robert Fisher
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"Respira y recuerda que se te ha concedido un nuevo día y que para vivirlo debes estar aquí [...] Confía en que puedes continuar [...] Puedes convertirte en una antorcha que no sólo llene de luz a quienes están cerca de ti..."
Thich Nhat Hanh
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Siéntate y escucha, como si fuera tu abuela la que te hablara...
"Y ahora, ovejita, ¿dónde estás? Estás allá lejos mientras escribo, entre los coyotes y los cactus; cuando estés leyendo esto, probablemente estarás aquí y mis cosas ya estarán en el desván. Mis palabras, ¿te habrán puesto a salvo? No tengo esta presunción, acaso tan sólo te hayan irritado, habrán confirmado la idea ya pésima que de mí tenías antes de marcharte. Tal vez sólo puedas comprenderme cuando seas mayor, podrás comprenderme solamente si has llevado a cabo ese misterioso recorrido que conduce desde la intransigencia a la piedad.
Piedad, fíjate bien, no pena. Si sientes pena, yo bajaré como esos duendecillos malignos y te haré un montón de desaires. Lo mismo haré si en vez de ser humilde eres modesta, si te emborrachas de chácharas en vez de quedarte callada. Estallarán las bombillas, los platos se caerán de los estantes, las bragas irán a parar a la araña central, no te dejaré tranquila desde el amanecer hasta bien entrada la noche, ni un solo instante.
No es cierto: no haré nada. Si estás en alguna parte, si tengo la posibilidad de verte, sólo me sentiré triste tal como me siento cada vez que veo una vida desperdiciada, una vida en la que no ha logrado realizarse el camino del amor. Cuídate. Cada vez que, al crecer, tengas ganas de convertir las cosas equivocadas en cosas justas, recuerda que la primera revolución que hay que realizar es dentro de uno mismo, la primera y la más importante. Luchar por una idea sin tener una idea de uno mismo es una de las cosas más peligrosas que se pueden hacer.
Cada vez que te sientas extraviada, confusa, piensa en los árboles, recuerda su manera de crecer. Recuerda que un árbol de gran copa y pocas raíces es derribado por la primera ráfaga de viento, en tanto que un árbol con muchas raíces y poca copa a duras penas deja circular su savia. Raíces y copa han de tener la misma medida, has de estar en las cosas y sobre ellas: sólo así podrás ofrecer sombra y reparo, sólo así al llegar la estación apropiada podrás cubrirte de flores y frutos.
Y luego, cuando ante ti se abran muchos caminos y no sepas cuál recorrer, no te metas en uno cualquiera al azar: siéntate y aguarda. Respira con la confiada profundidad con que respiraste el día en que viniste al mundo, sin permitir que nada te distraiga: aguarda y aguarda aún más. Quédate quieta, en silencio, y escucha a tu corazón. Y cuando te hable, levántate y ve donde él te lleve."
"Si en un sistema se produce una pequeña perturbación inicial, mediante un proceso de amplificación, podrá generar un efecto considerablemente grande a corto o medio plazo."
Cosas que decir. A veces es lo más importante lo que se
escapa. Lo no dicho. Lo que casi no se puede pensar.
Te veo a lo lejos. Siento tu presencia. La deseo. Quisiera
que algo fuera distinto, pero jamás te cambiaría a ti. Los días se suceden como
si un dedo los dibujara con un círculo en la arena. Siempre el mismo círculo,
con el mismo centro, pero nunca igual. Si se tratara de la arena de la playa
la marea lo borraría, pero yo lo volvería a dibujar. Aunque este círculo perfecto no lo dibujamos
nosotros. Hay algo que dibuja más allá de ti y de mí. Es el caos ordenado de dos revoloteos de alas, cambiando el mundo al otro lado del planeta, sin capacidad de hacer nada por poderlo evitar.
Te imagino en la tienda acercándote a ese hombre, midiendo
su altura. "¿Será la misma que la de...?" "Oh, me ha guiñado un
ojo". Al mismo tiempo, en otro lugar, contemplo el techo desde la cama. La
luz que penetra por la persiana dibuja objetos en mi imaginación. Se mueven y
vuelo. Para la mente no hay límites que cumplir. La mía es tan libre e
irreverente que no se podría encapsular. Soy una cosa extraña; un ser extraño,
como de otro tiempo. A veces no me reconozco en los demás. Otras veces sí, y
pienso que todos somos extraños. Seres procedentes de otra dimensión, que
aterrizan en ésta. Extranjeros, al fin y al cabo, pero sin procedencia conocida
(¿se puede ser extranjero así, si no sabes dónde naciste, ni si has nacido
alguna vez?).
Añoro algo que sé que no he perdido. ¿Lo compartirás conmigo
cuando lo encontremos los dos? Palabras todas ellas extrañas, también. ¿Y si me
buscas en cada cosa que ves? ¿En cada persona que te cruzas en la calle, detrás
de cada rostro? A veces te siento en mis manos, te pienso
tomando el café de la mañana, con aroma a jengibre y canela. La distancia es relativa donde no existe distancia. Aun así,
quiero ocupar el mismo espacio que tú. Sólo existe una forma, una manera para poder conseguirlo.
Comprimamos el espacio con desesperación. Más cerca. Un poco más. No apartes
tus ojos de los míos. Quiero más. Mucho más. No pararé hasta penetrar en
tu espacio. Hasta derramarme del todo en él, mientras te rodean mis brazos.
Tómame de la mano esta noche. Caminemos juntos los dos. Cuéntame
cuáles son tus miedos, tus pesares; también tus deseos más fervientes, o aquello
que hace que entres en ebullición. Contemplemos las estrellas. Su luz
palpitante que llega hasta nosotros esta noche tranquila. Caería contigo hacia
el cielo en busca del origen de todo. Del misterio que somos, eso que
compartimos.
¿Escuchas mi respiración? Pon tu mano en mi pecho. Dime si eres
capaz de sentir que el ritmo de mi latido no te es extraño, que te es sencillo
de descifrar. Mis ojos se posan en tu mirada y acampan en ella. Hoy dormiremos
en el exterior, con el firmamento como manta. Te cantaré una canción antigua
que no sé de dónde proviene. Estoy seguro que la vas a reconocer. Nada tiene
que ver con palabras. Cuando me tocas, la canta tu cuerpo. Es como una llamada
lejana que exige la satisfacción de un anhelo. La llamada de lo salvaje,
atravesando la noche y nuestros cuerpos.
Desnudo mi alma en susurros mientras
te desnudo a ti. Te contemplo y contengo la respiración un instante. "No
hay nada que atrapar" -recuerdo; "báñate en la corriente viva de este
momento y piérdete en su calor". Tu calor, y el frescor de la noche. Las
estrellas son testigo. Unos grillos cantan a lo lejos y el rumor del viento
entre las hojas de los chopos se convierte en marco de algo que no se puede asir.
Me atraviesa ahora. Me atraviesas tú. Tu alma tendida junto a la mía se
rinde sin condiciones. Existe algo que no ha sido nombrado jamás, en este momento. No recuerdo su nombre, ni el tuyo, ni el mío. Somos simplemente este ahora. Tu calor en mi piel, abarcándolo todo. No hables. No mancilles lo perfecto con el lenguaje humano,
tan limitado frente a esto que no acepta añadidos... Cuando los interrogantes se desvanecen, dan paso a una exclamación callada. Soy asombro que se asoma a otro asombro y se encuentra con él. Piel que delira sobre otra piel. Sólo eso somos tú y yo. Estrellas fugaces que danzan sin necesidad de porqués entre el "cri-cri" de los grillos, bajo este cielo nocturno.
Sin límites definidos siento tus latidos muy dentro de mí. Dos cuerpos jadeantes. Un concierto de grillos. El rumor del viento entre las copas de los chopos. Las estrellas de verano... Los unos a los otros se pasan el mensaje. Es esa extraña canción sin letra que nos habita a todos. La llamada de la sangre y la savia entrelazadas. Escucha su silencio. Sin abrir los labios, no paran de hablar...
Esa "luz que nunca falta en el alma". Cuántas
veces recuerdo esta frase en los malos momentos. ¿Yo vi esa luz? Tal vez me rozó,
la sentí en algún momento, sí. Pero "el que habla no sabe, el que sabe no
habla", y yo no paro de hablar; y mis palabras no son convincentes precisamente
por eso. "De todo lo que quieras contar, cuenta sólo una quinta parte."
"Sólo el ladrón conoce al ladrón." Frases que me recuerdan
constantemente, que están inscritas a fuego en los templos donde me pierdo a
buscar. Pero soy torpe, lo reconozco. Cuando la gente que quiero tiene
problemas intento ayudar, y lo hago como un elefante en una cacharrería, como
lo que soy.
"Soy un desastre en el amor", me dice. Y no puedo
evitar pensar que lo ha cuadrado, que como epitafio no está nada mal. Pero
claro, podríamos compartir la frase; con mi "ella de antes" podría
hacerlo... Y mi otra ella, la de ahora, tan luminosa, tan dulce, me habla de lo
que puede compartir con dudas. Y puedo percibir las nubes negras aparecer en el
cielo de su mente. ¿Pero es que no te ves? Eres tan especial que casi duele contemplarte, de lo bonito que es el aroma que desprendes sin querer. Qué
complicada hacemos la vida cuando la vida se complica, queriendo o sin querer.
Pero lo único importante es que estamos aquí. Que yo estoy aquí y que tú también
lo estás; y que no va a haber ningún reproche. No llegué hasta ti para eso...
Aquí, cada día, vuelve a salir el sol. El aire vuelve a envolvernos de nuevo y
los que nos quieren de verdad se quedarán, y se entrelazarán en nuestro
interior de tal forma que ya no sabremos distinguir dónde acaba el uno y
comienza el otro, o viceversa.
Día a día, momento a momento. Cada instante importa. Seamos
valientes y abiertos. Dejémonos ser, como esos barcos de papel que, de niños,
lanzábamos a la corriente y veíamos flotar, mientras el agua discurría sin
preocupaciones de camino a su destino...
Y de fondo sigue sonando la misma canción, con el mismo estribillo: "Te lo diré una vez más: te quiero. Lo demás, no importa..."
El cuerpo
no es una propiedad del yo, ni un objeto, ni un instrumento de nada. El
cuerpo es lo que eres, tanto como tu mente; y tal como seas, te reflejará con
absoluta fidelidad. Si eres miedoso tu centro de gravedad se elevará hacia
arriba y, cuanto más lo seas, más arriba estará y más obvio resultará el
desequilibrio. Tu ego te tendrá atenazado de tal forma que contraerá todos tus músculos
creando una coraza, y desde tu abdomen -que es donde debiera estar-, tu centro
de gravedad ascenderá hacia tu pecho, desequilibrándolo todo.
Cuerpo,
mente y emociones forman un todo indivisible. Cuando la mente está tensa, el
cuerpo lo está. Cuando no aceptas algo, tu cuerpo responde. Cada emoción
bloqueada termina formando parte de tu coraza muscular, produciendo
insensibilidad. En el hombre/mujer medio, esta coraza lleva tantas batallas a
cuestas que, con el paso de los años, termina provocando una rigidez apreciable
desde el exterior. Se trata de la lucha del ego por sobrevivir. Somos como el Gollum,
y nuestro ego es nuestro falso tesoro; suplantación de identidad de la que
nuestros cuerpos son pura queja. Para ir más allá -de regreso al hogar-, la
inmovilidad física es necesaria. En el paso desde la superficie de la
conciencia hasta el fondo, siempre hay turbulencias. Zonas agitadas donde la
coraza se comienza a resquebrajar. Entonces surgen emociones olvidadas,
acompañadas de lágrimas muchas veces. Otras es la furia la que emerge, de la
que nunca -tal vez- fuiste consciente y que empleabas para no sentir y bloquear
lo que te había hecho tanto daño... Sin embargo, si el guijarro que es tu mente
abandonada al silencio, alguna vez logra tocar el fondo del lago, desvanecerá todas las tensiones de repente. Tu cuerpo se modificará momentáneamente sin que hayas hecho
absolutamente nada por conseguirlo; todos los músculos serán distendidos de golpe, como en un
derrumbe, y tu centro de gravedad se colocará en el bajo vientre de nuevo,
mientras todo esto será "saboreado" en un trasfondo de paz...
Hace muchos
años, en Japón, una persona que no estuviera bien colocada en su centro se
consideraba que no era de fiar. Me pregunto qué habrían pensado aquellos
japoneses si se dieran una vuelta y miraran hoy nuestros cuerpos, producto de
una sociedad tan enferma como la actual...
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"El hombre
de nuestra época es un extraño en su propio cuerpo. Toda nuestra educación está
concebida para que el individuo se integre en el mundo civilizado, para que no
sea un extraño en ese mundo. Y ese mundo es un mundo artificial, totalmente
fabricado por el hombre. Hacen falta decenas de años de preparación para poder
vivir en él. En la actualidad, la mayoría de los hombres sólo ven, utilizan y
conocen cosas fabricadas o modificadas por el hombre. Se necesita un manual de
instrucciones para el más mínimo gesto de la vida civilizada, esa vida que
transcurre fuera, en el mundo de los objetos donde el propio cuerpo del
individuo no es sino un objeto...
El hombre
civilizado, el hombre social, ajusta su comportamiento en función de los
imperativos propios de su estado civilizado. Pero el cuerpo no está civilizado.
Para él, la civilización no es más que una gran broma. Él sólo conoce la huida
o el combate, y reacciona como aprendió a hacerlo en la jungla prehistórica:
vertiendo adrenalina en el circuito, a fin de provocar una vasoconstricción de
la arterias del sistema vascular periférico. Una sabia precaución: en caso de
herida, sangrará menos. Elevación de la presión arterial, aceleración del ritmo
cardíaco y respiratorio, aceleración de la circulación en los músculos y
aportación acelerada de materias nutritivas, liberación de la energía..., todo
está previsto para favorecer la eficacia en el combate o en la huida.
Son
reacciones naturales y espontáneas del cuerpo. Son incontrolables, y sus
efectos desaparecen con la misma espontaneidad cuando el peligro ha pasado,
cuando el hombre ha encontrado refugio seguro donde ya no se encuentra
amenazado por ningún peligro. Entonces se abandona al disfrute de la seguridad.
Saborea la paz, confiado y tranquilo. Mira jugar a sus hijos o acaricia a su
mujer, o se entrega a una ocupación particularmente relajante: rascarse y
quitarse pulgas y piojos.
En la
actualidad nadie hace eso. No me refiero a las pulgas, sino al disfrute
sencillo y feliz de la paz en un hogar a resguardo de todo peligro, tranquilo,
rodeado de afecto, con confianza en la vida y el futuro. Hemos introducido el
peligro en el refugio más íntimo, en el más seguro. Se trata de una amenaza
permanente, ya que la llevamos en el fondo de nuestra conciencia: el miedo al
paro, al plazo a fin de mes, a ser superado, a no estar a la altura, etc. De
todo eso, el cuerpo sólo comprende una cosa: la inseguridad. Y traduce:
peligro. Y reacciona: huir o combatir, luego adrenalina-lina-lina...
El cuerpo no entiende ni las bromas, ni la alegoría, ni la
metáfora, ni la ironía, ni el sobreentendido. Para él no existe sino la verdad,
y reacciona como aprendió a hacerlo en la jungla prehistórica... Desde hace dos
millones de años, frente a la agresión, el hombre levanta los brazos doblados
por el codo para protegerse la cabeza, hundiendo ésta en los hombros. Frente al
peligro permanente, el hombre civilizado de nuestra época tiene la misma
actitud. Permanentemente. El hombre social controla su apariencia. No levanta
los brazos cuando está mirando la televisión o haciendo un examen, pero sus músculos
se contraen del mismo modo y permanecen contraídos día y noche. Toda la vida.
Hace apenas
treinta años, la enfermedad de los responsables era el precio que pagaban, por
sus excesos, los grandes jefes, los grandes dirigentes, aquellos que, bajo el
peso de sus responsabilidades, no encontraban descanso y tranquilidad. Los síntomas
eran el cansancio permanente y excesivo, la irritabilidad, la hipertensión, la
depresión nerviosa, la diabetes y, por último, el infarto de miocardio o la
hemorragia cerebral.
En la
actualidad eso se ha convertido en una epidemia mundial. Afecta a todas las
capas sociales, a los jóvenes y los ancianos, a los hombres y las mujeres. ¿Quién
no tiene hoy la impresión de estar desbordado por las tareas y obligaciones más
diversas? ¿Quién no se siente acosado, abrumado por responsabilidades,
estresado? Con gran frecuencia, el hombre y la mujer actuales se sienten
arrastrados por un engranaje y no saben cómo salir de él, cómo escapar. Se
sienten atrapados en una red y son incapaces de hacer ni siquiera un primer
esfuerzo para librarse de ella. Y no crea que oscurezco el cuadro. ¡Todavía es
mucho más negro de lo que yo lo pinto!...
Con
frecuencia se puede adivinar el carácter de las personas por su rostro: el
jovial, el colérico y el melancólico tienen rasgos fácilmente reconocibles. ¿A
qué se debe eso? A la expresión de su rostro, que está constituida por
contracciones musculares específicas. Hay contracciones permanentes que se
instalan en el rostro, lo surcan de arrugas y dan una forma al semblante. Y no
sólo al semblante; la expresión del rostro se prolonga por todo el cuerpo. El
cuerpo expresa el carácter de la misma forma que el rostro, mediante
contracciones musculares específicas y contracciones permanentes que tan sólo
la relajación profunda llega en ocasiones a eliminar.
Muy a menudo,
las tensiones de expresión del cuerpo resisten a la relajación porque las
tensiones de expresión del rostro no han sido borradas. Y en ocasiones, cuando
se consigue realmente por primera vez, el rostro resulta irreconocible. Bajo la
máscara, bajo ese rostro que se forma por reacción a los acontecimientos de la
vida cotidiana y que se ofrece al entorno, aparece el verdadero. El rostro que
no está formado por el exterior, sino que es la expresión de lo que somos en el
fondo, en lo más profundo. Y es muy raro que ese rostro no sea
extraordinariamente hermoso."
Es raro y
luminoso. Es delicado. Inquietante también. Leer a mi amigo sin poder parar y pensar que soy yo
el que escribe esas líneas, aun sabiendo que jamás seré capaz de semejante
belleza. Y lo sigo leyendo, y no puedo parar de llorar. ¿Por qué? La belleza se
derrama a veces y, al reconocerla sin protección, te derrumba... Tú, que has
estado a mi lado; que estuviste allí, cuando los cielos hablaron...
Te dije que me
acompañaras al exterior aquella noche de diciembre, donde, muertos de frío, nos
mantuvimos sentados, inmóviles, inertes a la intemperie, buscando lo
que existía antes del nacer. Tú, que estuviste a mi lado, en aquel momento... Tus
palabras son puro silencio articulado que revolotea e impacta no sé dónde, recordándolo
todo. Tan lejos, tan cerca, al mismo tiempo. En ese tiempo fuera del tiempo,
donde no hay un sujeto que reconozca, ni nada reconocido, ni separación entre ambos. Despliegas formas y detalles, y los denominas naderías, sin ninguna
pretensión. Me traes a la vida de nuevo, prometiendo que, si presto suficiente
atención, seré capaz de ver cómo eso sin nombre que nos pertenece penetra en todo, como la luz en
cada amanecer. Tú que eres puro asombro sin darte cuenta, me lo muestras y
conmueves. Mi mirada, a veces, es capaz de llegar hasta la tuya y quedarse ahí, contemplándolo todo...
No tienes ni
idea del don que tienes, pequeño saltamontes; como el niño que juega totalmente absorto y no repara en ello. No existe nada más. No puede existir nada más. Ningún porqué, ninguna causa. Así son tus letras...
Cajitas, elefantes y libélulas. Me quedo escuchando como sólo
un tonto puede escuchar. Abierto, como un tonto; embelesado, como un tonto, que
te busca y encuentra, y se pierde en ti para recuperar algo... Creo que sería
imposible encontrarnos si no hubiéramos estado juntos primero. Imagina que fuéramos
dos planos de la realidad distintos, separados. ¿Cómo podría existir esta caricia, aquí,
que me dejas? Sería un imposible. Pero no, aquí estás, y yo te escucho, y te
entiendo, o me entiendo, o entiendo a los dos. Muero por reconocerte. Llevaba
tanto tiempo entre pólvora mojada que no podrías llegar a comprender -en todo
su calado- la impresión que me causan tus palabras, lentas, dulces, como
gotitas de agua que caen, capaces de horadar la piedra más dura del universo. Y
yo no soy piedra, soy mucho más blando de lo que imaginas, y eso me hace
resistente, porque me sé amoldar a todo tipo de contornos, pero también me
convierte en lluvia, y me derramo, y mojo, siempre intentando alcanzar todos
los rincones; tus rincones. Me provocas una terrible curiosidad y quiero llegar
hasta tu final, si eso fuera posible, porque sé que no lo es. Finales,
principios, ¿qué demonios significan? No, pequeña, esto no va de aprender, ni de
recorrer, sino de recordar; es cosa de reminiscencias... Tal vez sea en ti,
como me recuerdo. Si no hubiéramos estado juntos primero... Y es que se siente,
¿verdad? Entonces no hables. Calla. No razones para equivocar los cielos. Somos
cronopios los dos.
(Necesito traducción con tacones de esta canción... y que te pierdas en
ella)
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Folladas entre la piel ardían revueltas las lenguas,
henchidas de espasmos; monstruosos gemidos las entrañas hacían temblar.
Palabras sucias, tirones de pelo, penetraciones en puertas prohibidas derramando
sus frutos. Chorreantes restos dejando regueros, saliva y otras sustancias en busca de dedos que las tomen y dirijan a las bocas, para confundirlas con otras
más... Cuerpos torturados, sonidos guarros, gritos de "puta";
recuentos de espasmos, sudor en el vientre, arqueos de espalda. Caderas
castigadas, quererse morir con las uñas mordientes, haciendo lamentos brotar...
Tiempos perennes, segundos infinitos, explosiones que continúan negando la
muerte... Término de fiesta, calor en los cuerpos, sudor compartido, abrazo
final. Fundido a negro... Amanecer entrelazados, sonidos de pájaros entre las ramas de los
árboles. Saber que no ha sido un sueño. Acariciar tu cara. Velarla antes del
despertar... Recibir con un beso tus párpados abiertos, y a tu alma con una
sonrisa callada. Ver tu flor posada en el jarrón, recordando todo lo
importante...