domingo, 13 de agosto de 2017

De convenciones y otras mierdas...







Un suspiro. El aire sale una última vez y... nada más. Y da que pensar. Mucho. Quiero decir: ¿qué coño hacemos aquí? Quieres a una persona. La quieres de verdad. Mucho más de lo que creías quererla. Llevas toda la vida con esa persona cerca de ti, hasta el punto de que no puedes mirar atrás y entender tu vida sin ella. Y un minuto después, no está; o mejor dicho, está ahí, inerte, después de ese último aliento... Y lo llevas mal, muy mal. Piensas que no, que la vida es así; que así son las cosas, y te repites una y otra vez todo ese tipo de frases hechas. A ratos te da por pensar en todo lo que cambiarías del pasado; en lo que dirías o harías de otra manera, aquí y allá... 
Después, el tiempo discurre y crees que ya pasó; que el agujero asesino de seguridades ya se ha cerrado... Pero entonces un buen día, meses después, te encuentras mirando a esos dos pequeños renacuajos. Apenas tienen 8 meses de edad. Son todo energía y flexibilidad. Cuando ven algo lo ven por primera vez. Sus reacciones me impresionan. Tanto asombro, tanta energía, tanto despliegue de vida... tanta alegría en su ser y en su mirada. Y te viene sin querer que ellos también morirán. Y a tu mente, enferma de abismos, acuden ideas del tipo: "¿quién de los dos morirá primero?" Y, mientras intentas sacudirte esas moscas negras de tu interior, se te engancha una espesura triste y perpleja ante esta existencia que no entiendes, ni creo que nadie entienda, ni pueda entender. Salvo los árboles. Llamadme loco, pero tengo fe en ellos. En su conciencia sencilla, que vive, sabe y no se cuestiona, sin necesitar apenas nada. Si me preguntáis por qué, no sabré qué contestar...

Hace años... Recuerdo aquella paz, de aquel momento... Tal vez por eso tenga fe en los árboles, y en esta vida absurda que no entiendo.

Como consecuencia de todo, últimamente doy vueltas sobre la importancia de los momentos y la gilipollez de algunas convenciones. No quiero perder el tiempo en cosas que nada tienen que ver conmigo. No necesito esa falsa seguridad de grupo vivo-muerto. No quiero ser "guapo" ni "cool" para los demás, ni que se me pase un te quiero. Necesito algo, y no sé el qué, pero no eso. 
A veces tengo que salirme del marco, aunque no deje de ser una oveja más de este extraño rebaño.

Cada suspiro cuenta demasiado. 

Hay una vida en cada uno de ellos que se pierde si no se vive...






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