Habría jurado que la conocía. Sí, allí estaba otra vez,
sentada, con su cuerpecito curvilíneo de eterna adolescente, a tres metros de
distancia, no más. Sin embargo, la barrera infranqueable se hallaba en pleno
apogeo. El tacto habría sido incapaz de alcanzar el más leve atisbo de intimidad; sus miradas encontradas habrían perdido en el juego de trascender el olvido. De ser adquirido de nuevo, el "como-siempre" se habría convertido en sorpresa.
Hermosa, mirando al infinito, con el pelo ondulado, mecido
por el viento...
Se preguntaba cómo había perdido el aroma la flor, y si
alguna de sus espinas sería todavía capaz de hacer brotar algo de sangre... Ni siquiera se hallaba la herida.
Qué levedad; pero qué espectáculo tan bello. Ese momento, así, pasado ya; cambiante como tantos otros.
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