"Érase una vez un hombre que se hallaba de pie sobre
una alta colina. Tres viajeros que pasaban a cierta distancia de allí, lo
vieron y discutieron a propósito de él. Uno afirmó: "Debe de haber perdido
su animal favorito". Otro dijo: "No, debe de estar buscando a su
amigo". Dijo el tercero: "Está allí arriba solamente para disfrutar
del aire fresco". No pudieron los tres viajeros ponerse de acuerdo y
continuaron discutiendo hasta el momento en que llegaron a lo alto de la
colina. Uno le preguntó: "¡Oh! amigo que estáis de pie en esta colina, ¿no
habéis perdido vuestro animal favorito?". "No señor, no lo he
perdido". Otro le preguntó: "No habéis perdido a vuestro
amigo?". "No señor, tampoco he perdido a mi amigo". El tercer
viajero preguntó: "¿No estáis aquí para disfrutar del aire fresco?".
"No señor". "Entonces, ¿por qué estáis aquí, si contestáis
negativamente a todas nuestras preguntas?". El hombre de la colina
respondió: "Sencillamente, estoy aquí".
Al leer esto, en general el hombre común acaso piense que
"estar aquí simplemente" no tiene sentido alguno. "Este hombre
de la colina es idiota -dirá-, puesto que no hace nada". (Es decir, puesto que no busca ninguna afirmación
egotista. Se recuerda aquella irónica frase de Rimbaud: "La acción, ¡ese
querido punto del mundo!")
El hombre cumple el "existir", pero sólo -según
cree- porque el "existir" es una condición necesaria del
"vivir"; come, descansa, pero únicamente porque sin eso no podría
afirmarse egotistamente, en cuanto distinto; no realiza los actos triviales,
comunes a todos, más que para hacer algo que nadie más que él podría hacer;
"existe" para "vivir". De este modo, como basa el
"existir" en el "vivir", el hombre actúa en contra del
orden real de las cosas, puesto que funda lo real en lo ilusorio. Por eso, el
equilibrio del hombre común egotista es siempre inestable: este hombre es
comparable a una pirámide que descansa sobre su punta.
Si el hombre aceptase la realidad relativa de la existencia,
se sentiría idéntico al Principio de donde emana. Pero el hombre egotista no
acepta la realidad relativa de la existencia; su mente, despreciando y
rechazando la existencia, se lanza hacia la afirmación ilusoria egotista del
"actuar" en cuanto distinto, representando, en relación con este
espejismo que emana de él, el papel usurpado, pero lisonjero, de Principio;
busca así la paz interior de una manera que la torna imposible. Para encontrar
la paz interior, el hombre debe volver a considerarlo todo, darse cuenta de la
nulidad de todas sus "opiniones", de todos sus juicios de valor,
desligarse así enteramente de la fascinación centrífuga de la afirmación
egotista, darse cuenta de la nulidad del "vivir" egotista y de la
realidad del "existir" universal. Renunciando a todo falso cielo,
volverá a la tierra, "existirá" conscientemente, "estará en el
mundo" (Rimbaud: "Nosotros no estaremos en el mundo"), y su
reconciliación con el ex le permitirá
gozar del stare. Él es la fuente
principial cuando acepta no ser a través de su organismo, más que un fenómeno,
una emanación pasajera de esta fuente, emanación sin ningún interés especial y
cuyo "destino" individual carece de toda importancia.
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