martes, 10 de julio de 2018

El cuerpo que eres








            El cuerpo no es una propiedad del yo, ni un objeto, ni un instrumento de nada. El cuerpo es lo que eres, tanto como tu mente; y tal como seas, te reflejará con absoluta fidelidad. Si eres miedoso tu centro de gravedad se elevará hacia arriba y, cuanto más lo seas, más arriba estará y más obvio resultará el desequilibrio. Tu ego te tendrá atenazado de tal forma que contraerá todos tus músculos creando una coraza, y desde tu abdomen -que es donde debiera estar-, tu centro de gravedad ascenderá hacia tu pecho, desequilibrándolo todo.

            Cuerpo, mente y emociones forman un todo indivisible. Cuando la mente está tensa, el cuerpo lo está. Cuando no aceptas algo, tu cuerpo responde. Cada emoción bloqueada termina formando parte de tu coraza muscular, produciendo insensibilidad. En el hombre/mujer medio, esta coraza lleva tantas batallas a cuestas que, con el paso de los años, termina provocando una rigidez apreciable desde el exterior. Se trata de la lucha del ego por sobrevivir. Somos como el Gollum, y nuestro ego es nuestro falso tesoro; suplantación de identidad de la que nuestros cuerpos son pura queja. Para ir más allá -de regreso al hogar-, la inmovilidad física es necesaria. En el paso desde la superficie de la conciencia hasta el fondo, siempre hay turbulencias. Zonas agitadas donde la coraza se comienza a resquebrajar. Entonces surgen emociones olvidadas, acompañadas de lágrimas muchas veces. Otras es la furia la que emerge, de la que nunca -tal vez- fuiste consciente y que empleabas para no sentir y bloquear lo que te había hecho tanto daño... Sin embargo, si el guijarro que es tu mente abandonada al silencio, alguna vez logra tocar el fondo del lago, desvanecerá todas las tensiones de repente. Tu cuerpo se modificará momentáneamente sin que hayas hecho absolutamente nada por conseguirlo; todos los músculos serán distendidos de golpe, como en un derrumbe, y tu centro de gravedad se colocará en el bajo vientre de nuevo, mientras todo esto será "saboreado" en un trasfondo de paz...

            Hace muchos años, en Japón, una persona que no estuviera bien colocada en su centro se consideraba que no era de fiar. Me pregunto qué habrían pensado aquellos japoneses si se dieran una vuelta y miraran hoy nuestros cuerpos, producto de una sociedad tan enferma como la actual...




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            "El hombre de nuestra época es un extraño en su propio cuerpo. Toda nuestra educación está concebida para que el individuo se integre en el mundo civilizado, para que no sea un extraño en ese mundo. Y ese mundo es un mundo artificial, totalmente fabricado por el hombre. Hacen falta decenas de años de preparación para poder vivir en él. En la actualidad, la mayoría de los hombres sólo ven, utilizan y conocen cosas fabricadas o modificadas por el hombre. Se necesita un manual de instrucciones para el más mínimo gesto de la vida civilizada, esa vida que transcurre fuera, en el mundo de los objetos donde el propio cuerpo del individuo no es sino un objeto...

            El hombre civilizado, el hombre social, ajusta su comportamiento en función de los imperativos propios de su estado civilizado. Pero el cuerpo no está civilizado. Para él, la civilización no es más que una gran broma. Él sólo conoce la huida o el combate, y reacciona como aprendió a hacerlo en la jungla prehistórica: vertiendo adrenalina en el circuito, a fin de provocar una vasoconstricción de la arterias del sistema vascular periférico. Una sabia precaución: en caso de herida, sangrará menos. Elevación de la presión arterial, aceleración del ritmo cardíaco y respiratorio, aceleración de la circulación en los músculos y aportación acelerada de materias nutritivas, liberación de la energía..., todo está previsto para favorecer la eficacia en el combate o en la huida.

            Son reacciones naturales y espontáneas del cuerpo. Son incontrolables, y sus efectos desaparecen con la misma espontaneidad cuando el peligro ha pasado, cuando el hombre ha encontrado refugio seguro donde ya no se encuentra amenazado por ningún peligro. Entonces se abandona al disfrute de la seguridad. Saborea la paz, confiado y tranquilo. Mira jugar a sus hijos o acaricia a su mujer, o se entrega a una ocupación particularmente relajante: rascarse y quitarse pulgas y piojos.

            En la actualidad nadie hace eso. No me refiero a las pulgas, sino al disfrute sencillo y feliz de la paz en un hogar a resguardo de todo peligro, tranquilo, rodeado de afecto, con confianza en la vida y el futuro. Hemos introducido el peligro en el refugio más íntimo, en el más seguro. Se trata de una amenaza permanente, ya que la llevamos en el fondo de nuestra conciencia: el miedo al paro, al plazo a fin de mes, a ser superado, a no estar a la altura, etc. De todo eso, el cuerpo sólo comprende una cosa: la inseguridad. Y traduce: peligro. Y reacciona: huir o combatir, luego adrenalina-lina-lina...


        El cuerpo no entiende ni las bromas, ni la alegoría, ni la metáfora, ni la ironía, ni el sobreentendido. Para él no existe sino la verdad, y reacciona como aprendió a hacerlo en la jungla prehistórica... Desde hace dos millones de años, frente a la agresión, el hombre levanta los brazos doblados por el codo para protegerse la cabeza, hundiendo ésta en los hombros. Frente al peligro permanente, el hombre civilizado de nuestra época tiene la misma actitud. Permanentemente. El hombre social controla su apariencia. No levanta los brazos cuando está mirando la televisión o haciendo un examen, pero sus músculos se contraen del mismo modo y permanecen contraídos día y noche. Toda la vida.

            Hace apenas treinta años, la enfermedad de los responsables era el precio que pagaban, por sus excesos, los grandes jefes, los grandes dirigentes, aquellos que, bajo el peso de sus responsabilidades, no encontraban descanso y tranquilidad. Los síntomas eran el cansancio permanente y excesivo, la irritabilidad, la hipertensión, la depresión nerviosa, la diabetes y, por último, el infarto de miocardio o la hemorragia cerebral.

            En la actualidad eso se ha convertido en una epidemia mundial. Afecta a todas las capas sociales, a los jóvenes y los ancianos, a los hombres y las mujeres. ¿Quién no tiene hoy la impresión de estar desbordado por las tareas y obligaciones más diversas? ¿Quién no se siente acosado, abrumado por responsabilidades, estresado? Con gran frecuencia, el hombre y la mujer actuales se sienten arrastrados por un engranaje y no saben cómo salir de él, cómo escapar. Se sienten atrapados en una red y son incapaces de hacer ni siquiera un primer esfuerzo para librarse de ella. Y no crea que oscurezco el cuadro. ¡Todavía es mucho más negro de lo que yo lo pinto!...

            Con frecuencia se puede adivinar el carácter de las personas por su rostro: el jovial, el colérico y el melancólico tienen rasgos fácilmente reconocibles. ¿A qué se debe eso? A la expresión de su rostro, que está constituida por contracciones musculares específicas. Hay contracciones permanentes que se instalan en el rostro, lo surcan de arrugas y dan una forma al semblante. Y no sólo al semblante; la expresión del rostro se prolonga por todo el cuerpo. El cuerpo expresa el carácter de la misma forma que el rostro, mediante contracciones musculares específicas y contracciones permanentes que tan sólo la relajación profunda llega en ocasiones a eliminar.

            Muy a menudo, las tensiones de expresión del cuerpo resisten a la relajación porque las tensiones de expresión del rostro no han sido borradas. Y en ocasiones, cuando se consigue realmente por primera vez, el rostro resulta irreconocible. Bajo la máscara, bajo ese rostro que se forma por reacción a los acontecimientos de la vida cotidiana y que se ofrece al entorno, aparece el verdadero. El rostro que no está formado por el exterior, sino que es la expresión de lo que somos en el fondo, en lo más profundo. Y es muy raro que ese rostro no sea extraordinariamente hermoso."

Vlady Stevanovitch












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