miércoles, 4 de julio de 2018

Cajitas, elefantes y libélulas










      Cajitas, elefantes y libélulas. Me quedo escuchando como sólo un tonto puede escuchar. Abierto, como un tonto; embelesado, como un tonto, que te busca y encuentra, y se pierde en ti para recuperar algo... Creo que sería imposible encontrarnos si no hubiéramos estado juntos primero. Imagina que fuéramos dos planos de la realidad distintos, separados. ¿Cómo podría existir esta caricia, aquí, que me dejas? Sería un imposible. Pero no, aquí estás, y yo te escucho, y te entiendo, o me entiendo, o entiendo a los dos. Muero por reconocerte. Llevaba tanto tiempo entre pólvora mojada que no podrías llegar a comprender -en todo su calado- la impresión que me causan tus palabras, lentas, dulces, como gotitas de agua que caen, capaces de horadar la piedra más dura del universo. Y yo no soy piedra, soy mucho más blando de lo que imaginas, y eso me hace resistente, porque me sé amoldar a todo tipo de contornos, pero también me convierte en lluvia, y me derramo, y mojo, siempre intentando alcanzar todos los rincones; tus rincones. Me provocas una terrible curiosidad y quiero llegar hasta tu final, si eso fuera posible, porque sé que no lo es. Finales, principios, ¿qué demonios significan? No, pequeña, esto no va de aprender, ni de recorrer, sino de recordar; es cosa de reminiscencias... Tal vez sea en ti, como me recuerdo. Si no hubiéramos estado juntos primero... Y es que se siente, ¿verdad? Entonces no hables. Calla. No razones para equivocar los cielos. Somos cronopios los dos.

















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