Qué sensibilidad. Qué dulzura. Qué electricidad desprende...
Han pasado años ya desde el primer encuentro, y nunca consiguió sacarla de su
cabeza. Pero me estoy adelantando. La cosa no empezó como uno esperaría que
comenzaran estas historias. No. Él era uno más entre muchos otros, y ella era
una más, en la que no habría -por oculta- podido reparar. Pero, sin saberlo,
era observado con detallada minuciosidad. "Me llamaba la atención la forma
en que tratabas a las otras mujeres" -le dijo; y él no supo qué contestar.
De ella le atrajo su valentía; su manera de abrirse en canal, delante de él, y
mostrar toda su vida sin apenas haberle preguntado. Resultó un acto de lo más
perturbador. Desde aquel día no paraba de rondar en su mente, cual estrella en
un firmamento vacío. Y después más confesiones, que fueron como si Caperucita
le contara al lobo qué llevaba en la cestita y cómo iría vestida de camino a
casa de la abuelita. Y sí, le encantaban sus ropajes y sus andares, y todo lo
que hizo o dejó de hacer, pero ansiaba haber hecho. Fue casi demasiado. Tanto,
que tuvo miedo. No era buen momento para conocer una tormenta que, de tanta
perfección, partiría el árbol en dos. Sabía que ese rayo caería y rasgaría el
velo de sus miedos; rompería murallas y rodarían cabezas. Qué debilidad,
tenerle tantas ganas...
Y pasó el tiempo, y con él el viento arrastró las nubes
y las hojas secas. Y pasaron muchas cosas más, incluso que él se marchó; pero
ella -imperturbable como sólo la certeza más absoluta puede permanecer- se
mantuvo a la espera. El invierno dio paso a la primavera, y la primavera al
verano; y el grano creció, y los árboles dieron sus frutos. Y un buen día él se
atrevió a frecuentarla de nuevo. Y constató lo que ya sabía; que era hueco para
cada ángulo de su piel. Fue terrible. Quedaron atados sin cuerda. Le encantaba
esa sensación, de tenerla -aún en su ausencia física- tan cerca. Y hoy en día
andan juntos a través de sinuosos caminos, al encuentro de un encuentro ansiado
desde antaño, cuando aún creían ser capaces de compartir destinos con otra
persona; de cerrar los ojos y descansar en el costado de un ángel, con total
seguridad...
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Yo me celebro y me canto
Y todo lo que es mío, es tuyo también
Porque no hay ni un solo átomo de mi cuerpo
Que no te pertenezca...
Walt Whitman, "Hojas de hierba"
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