La naturaleza del deseo resulta perturbadora. Simplemente aparece de repente ante estímulos insospechados y se queda para arrasar, habitando la mente. Tras el deseo de posesión ¿qué se esconde? Esa voracidad que hace que palidezca el mismísimo fuego de los infiernos; esas ganas de besar, morder, acariciar; de seguir firme, aguantando el aliento hasta el final...
Dejarte sin sentido quiero, de placer; hacerte gritar hasta que rasgues las sábanas y arañes desquiciada mi espalda. Y después, repasar tus heridas tiernamente tras la batalla, marcando hitos con la lengua y los labios. Condecorarlas con un delicado beso, justo antes de volver a retomar sin ninguna contemplación la campaña, hasta ver cómo se derrama impetuoso -tras la ruptura de todos los diques- tu mar.
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Repetir en nosotros
renovados deleites -
es como un asesinato -
omnipotente - agudo -
no soltamos el puñal -
porque amamos la herida
el puñal conmemora
memorias que morimos.
Emily Dickinson
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