Con el paso de los
años, antes de leer un libro, me he vuelto muy selectivo. Siempre leo la
primera página a ver qué impresión me da, si las letras del autor, o la autora,
consiguen atraparme. He aprendido a velar mi interior de esta manera. Demasiada información,
demasiados textos, demasiados libros escritos, pasados, presentes o futuros...
Siempre he
tenido una gran curiosidad por las letras ajenas. Cuando entro en una biblioteca y veo sus estanterías
repletas, siento una especie de reverencia, como si me hallara en un lugar
sagrado, en una especie de catedral que da acceso al interior de otras
personas. Y es que nada aviva más mi curiosidad y avidez que los interiores ocultos.
Pero he aprendido que no todos ellos me llenan, ni alimentan el mío. Cuando
abro un libro espero que sus letras me atrapen con fuerza y me lleven a otro
lugar, y me enseñen cosas nuevas, o perspectivas distintas desde donde conocer
otras mentes, otros mundos o, simplemente, nuevas maneras de entender el mío.
Hoy he leído lo
siguiente: "La melodía me conmovió, como siempre. No. En realidad me turbó;
me produjo una emoción mucho más violenta que de costumbre". A veces basta una sola frase que resuene en una frecuencia comprensible, que pueda reconocer...
Creo que mi
mente será tuya durante algún tiempo, señor Murakami. No leo muchas novelas,
pero ésta tendrá acceso a mí; dejaré que viole mi desorden.
Se suben las
barreras. Bienvenido, Tokio Blues.
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